Cuando nos disponernos al texto se nos esboza de manera desenfadada la propuesta de una conversación, Eco nos dice unas cuantas líneas luego de empezar: “Hablaremos, en definitiva, de las poéticas, sin dar juicios estéticos”. ¡Qué alivio! –me dije- pues si en definitiva habríamos de enfrentar nuestros supuestos a los de un filósofo de tal magnitud, no se proyectaba como un viacruxis conceptual en el que nos hallamos por fuerza la mayoría de las veces.
Está pues en ejercicio de exponerse el tema de La Obra Abierta y a pesar de las posibles elucubraciones del abnegado lector, Eco le permite dicho espacio de interpretación en la lectura como ejemplo subyacente al planteamiento de la temática. El contenido que obstinadamente hila los supuestos del autor podría definirse como la reacción del arte y los artistas ante lo indeterminado; la reacción de la sociedad contemporánea ante los cambios que nacen desde la estructura misma para ese nuevo horizonte que proponen las ciencias y las artes.
Además de evidenciar una meticulosa preocupación por la relación entre sistemas de significación y los procesos de comunicación y cómo esto es definitivo para el devenir del arte contemporáneo; el autor, en un ánimo estructuralista formula que la comprensión de un texto depende de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y desembarazo de estructuras fijas y previas.
El espectador encuentra entonces el sentido de una manera activa delante de la obra, que, en su polisemia permite una interlocución y nos lleva a concurrencias más prolíficas en términos de la capacidad y disposición de relacionarnos con el texto de la obra. Esta pluralidad de sentidos como acto de comunicación en una cultura moderna que se maneja sobre el caos, de unas tormentas de conceptos indigeribles para los que elaboramos modelos de relación en los que lo ambiguo es justificable.
Las metáforas que los artistas plantean a manera de retratos de lo que es ser contemporáneo, dan cuenta de un deseo nuevo de modos de ver y comprender las frágiles delimitaciones de los campos y el temblor de parto en los imaginarios colectivos, que no son más que un constructo en sociedad, un bastimento tan sólo posible en conjunto.
Ahora bien, parece pertinente esclarecer para este caso la idea de Obra de Arte de la que nos servimos para soportar lo intertextual, lo implícito: es un objeto producido por un autor que ordena un tejido de efectos comunicativos de manera que cada posible lector pueda comprenderla desde su perspectiva y a través de su propia experiencia. Cada espectador tiene una concreta situación existencial, una sensibilidad particularmente condicionada: determinada cultura, gustos y prejuicios así que la comprensión de la forma propuesta se da según determinada perspectiva individual.
Es innegable para el arte contemporáneo el papel imprescindible del intérprete, se promueve la libertad consciente y se le otorga la posibilidad de ser el centro activo de una red de relaciones inagotables. Es así como la obra se plantea intencionalmente abierta a la libre reacción del que va a gozar de ella.
¿Qué sucede entonces en relación al estímulo estético? Podríamos decir que todo significado que no puede ser aprehendido luego de enfrentarse a la imagen, si no es vinculado a otros significados, debe ser percibido como ambiguo. Es en esta “no definitud” es donde se instauran las manifestaciones del arte contemporáneo y sus mecanismos de relación con el espectador.
Para concluir y esclarecer lo que nos es evidente en la cotidianidad de ser habitantes de este mundo-pastiche; las tendencias hacia lo indeterminado que yacen en las estructuras del arte contemporáneo denotan por sí mismas el estado de nuestro tiempo, esta crisis poetizada que se apoya en las ciencias y se justifica en la sintomatología del hombre abierto.